viernes, julio 29, 2005

Un atajo que lleva al purgatorio.

El sol era tímido como un beso de quinciañera. Aun así las gafas obscuras eran necesarias porque los rayos del sol me daban de frente. Sentado en las escalinatas del acceso al Palacio de Bellas Artes fumaba y el ligero viento era agradable, salvo que me arrojaba el humo a la cara. Siempre he creído que las seis de la tarde es la hora ideal para hacer un alto en el camino, mientras la gente con el rostro cansado camina de prisa y solo quiere llegar a casa lo antes posible.

Un pordiosero sin zapatos me pidió “un cigarrito carnalito”, así que le di el que traía en la mano, no sin antes aplicarle un ultimo jalón. Luego llegó una vendedora de rosas que intentó convencerme con el argumento típico: “Para la chica que está esperando, joven”. Dije no con la cabeza al tiempo que ponía gesto de “no estoy esperando a nadie y tampoco quiero que llegue alguien a fastidiarme. Carajo, por qué las personas no se ocupan de desperdiciar su vida como les legue la gana, pero sin molestas a los que preferimos estar solos.

Encendí otro Marlboro Light y apenas llevaba dos inhaladas cuando se acercó una chava bastante guapa, aun sin maquillaje. “Hermano, sólo Jesús salva” me dio un folleto que apenas miré de reojo. “Gracias” dije y vestí mi silencio con una mueca de fastidio. Ella se sentó a mi lado. “Me llamo Ana Luisa y quiero compartir unas palabras contigo”. Giré la cabeza y me encontré con una sonrisa luminosa. Le invité un cigarro y lo rechazó. “veo que estas muy pensativo y quiero invitarte a que reflexiones sobre la palabra de Dios”. Seguí sin abrir la boca. “Ojala que tu momentos de paz sean dedicados al señor”. Sus manos se movían con suavidad. Sus labios eran carnosos y te invitaban a morderlos. “Creo que estoy bien conmigo y eso, por ahora, me hace sentir a gusto”, esgrimí. Ella se sorprendió un poco como si me hubiera salido del argumento. “Pero siempre es bueno sentir el calor y la compañía de Jesús. La bondad de Dios es infinita”. No lo dudo, pensé mientras me perdía en la profundidad de su mirada aceitunada. “Fíjate que apenas ayer me dejó mi novia y todavía no lo entiendo. Se supone que me amaba y que en el amor no cabe el dolor ni el egoísmo”. Ana Luisa posó su mano izquierda sobre mi diestra. “Pero Dios es la mejor compañía cuando estás solo, cuando te sientes desesperado. Acude a la palabra de Dios en busca de consuelo”. Mi siniestra acarició su izquierda. “Prefiero el bálsamo de tu mirada”, aclaré. Retiró de inmediato su mano. “No hermano, tu no entiendes. La salvación es Dios”. Pero tú estás más cerca, intenté decirle pero rectifiqué a tiempo. “No necesito que me salven quiero arder en mis infiernos, convivir con mis miedos, con los demonios de mis defectos”.Ella se paró, me quitó el folleto, me miró con el odio de quien sabe que solo ha perdido el tiempo. “Por eso el mudo va rumbo a la perdición, porque la gente como tu se aleja del camino divino”. Miré su cintura breve sus piernas de mujer madura. “Mi horizonte es una mujer que me mire con ojos de ternura”, argumenté. Ella caminó un poco y luego volteó. “te invito un café” intente retenerla. Solo sonrió y movió la cabeza como si se asombrara de mi cinismo, aunque se quedo parada. “O si quieres vamos al cine”, agregué mientras me acercaba. La tomé de la mano y la conduje rumbo a la cafetería de Bellas Artes. Hay días en que los Dioses confabulan para que alguien te quiera un poco más, reflexioné. Mas tarde, cuando la besé con suavidad en el cuello, ella empezó a olvidarse de predicar con el ejemplo. En el momento que mi mano acarició su espalda con delicadeza ella perecía dispuesta a pensar que el paraíso era una falsa promesa, pues prefería tomar un atajo, aunque tuviera que atravesar el purgatorio. Eso es lo de menos. Navegando en noches de febril desvelo siempre te sentirás a buen resguardo.

De Roberto G Castañeda, autor del manual para canallas original.