lunes, septiembre 29, 2008

Definiendo un futuro...




Esa noche desperté sobresaltado. Los efectos de la reciente borrachera apenas eran perceptibles y el dolor en la cabeza comenzaba a asomarse como una factura que más temprano que tarde tendría que pagar. Me encontraba solo, como siempre desde hace ya varios años. De hecho no recuerdo, ahora que lo pienso, cuando fue la última vez que alguien estuvo aquí conmigo.

Me levanto, miro por la ventana y me doy cuenta de que aun no amanece. Dirijo algunos pasos tambaleantes hacia el baño. Mientras orino volteo a verme en el espejo y apenas logro reconocerme entre todas esas facciones acentuadas y demacradas por los años y los excesos.

De pronto escucho ruidos fuera del departamento. El vecino llega a su casa. Grita, patea la puerta, parece que su borrachera es esta vez más acentuada. No me importa, tampoco lo apruebo.

Muchos dicen que es igual a mí, siempre pienso lo contrario, por lo menos yo no estoy con alguien. Alguna vez lo estuve y no era así.


Regreso a la cama y trato volver a dormir, mientras, como casi siempre sucedía, escuchaba los gritos de la mujer al ser golpeada por ese cabrón malnacido. No me interesa, nunca los he visto a la cara, a pesar de ya tener varios años aquí, no los conozco. Los gritos me arrullan.

A la mañana siguiente me despierto y me siento peor aun. Extrañamente siento algo en el estomago, y recuerdo que hace días que no como. Me levanto trabajosamente y busco algo entre el muladar que tengo por cocina. Solo encuentro cosas podridas que las cucarachas devoran. Una mueca grotesca se dibuja en mi rostro. Tendré que salir.

Salgo vistiendo una gabardina negra. Mi aspecto debe ser aterrador porque solo escucho los murmuros de la gente cuando me ve pasar: “míralo ahí va”, “dicen que es un asesino”. No me importa. Solo basta una mirada penetrante para callar esos molestos cuchicheos. Sigo mi andar trabajoso hacia la tienda cercana. Entro y compro, como siempre, dos paquetes de cigarrillos, dos botellas de whiskey y solo algunas cosas sencillas para comer. Pago al tendero con un billete de 500, como siempre. Al principio me decía que no tenía cambio, pero ahora creo que prefiere cambiarme el billete que tenerme ahí esperando por mi cambio. Creo que le provoco miedo.

El dolor de estómago demanda algo pronto, así que salgo de la tienda y apresuro mis pasos de regreso. Nuevamente murmullos, nuevamente miradas.

Subo las escaleras y un dolor agudo me dobla a unos metros de mi puerta. Como puedo me siento en la escalera. Abro una botella de whiskey y tomo un gran trago. Ahhhggg, no sé si el dolor crece o se va. No se cuento tiempo paso ahí.

De pronto una ruido llama mi atención. Una vocecilla se dirige a mí: “¿estás bien?”. Me siento extrañado, tengo meses sin hablar con nadie. Levanto la vista y veo a un niño pequeño. No contesto. Repite la pregunta: “¿estás bien?”. Carajo, pienso: ¿no te asusto?, ¿no te espanta mi cara? ¿No te espanta mi aspecto?, pero no digo nada, solo me quedo ahí viendo al chico, quien implacable dice de nuevo:”si quieres te traigo una dona, mi mama las hace”. No alcanzo a contestar nada. El niño sale corriendo y regresa con una dona en la mano. Estira la dona hacia mí diciendo: “toma cómetela te vas a sentir mejor”. Estaba a punto de decir algo hiriente, como era mi costumbre, pero los moretones en su rostro me contuvieron.


Tome la dona de su mano. El chico se sienta junto a mí. También trae una dona para él. La muerde, la saborea. Yo dudoso veo la dona. Se me antoja y comienzo a morderla. Sabe dulce. Hacia tanto tiempo que no comía algo dulce que casi lo había olvidado.

Me doy cuenta que el niño no solo tiene golpes en la cara, los tiene en los brazos y en las piernas. Y otra vez adelantándose el chico dice: “me los hace mi padrastro, siempre que llega borracho nos golpea”. Recuerdo los gritos de anoche. “mi mama dice que ya no lo quiere, pero tiene miedo de dejarlo” continúa el niño. Me cuenta varias cosas, yo no comento nada, solo lo escucho. Con cada cosa que me dice solo me hace imaginar el infierno que ese cabrón les hace pasar. El niño levanta su mirada hacia mí y pregunta: “y a ti ¿Quién te golpea en las noches?”. Llegan a mi mente aquellas noches en las que el delirio me hace gritar de desesperación. Me avergüenzo. En esos momentos una mujer se acerca diciendo “deja al señor en paz, vámonos”. Toma al chico de la mano y antes de llevárselo la mujer me mira y me dice “disculpe la molestia señor”. Descubro una mirada dulce entre los golpes. Ambos se alejan y antes de desaparecer tras una puerta el chico me dice adiós con la mano. Respondo el adiós de la misma forma.

Ese día no bebí más. Estuve pensando durante muchas horas. No se me quitaba de la mente ese chico.

Esa noche, de madrugada, el vecino llego como siempre. Los gritos de nuevo. No lo puedo soportar. Me levanto y busco en un cajón. Mi antiguo revolver sigue ahí. Intacto. No ha sido usado desde la última vez que se necesitó. Desde aquella vez en que asesiné a la que fue mi mujer cuando la encontré con otro. No veo esa arma desde la vez en que morí al matar.

Me levanto y me paro junto a la puerta. Espero. Los gritos han cesado. El vecino sale y se dirige hacia la calle. Encamino mis pasos tras él. Ese chico y su madre jamás lo volverán a ver. Jamás volverán a gritar por su culpa. Merecen tener un mejor futuro y me parece irónico que alguien como yo, sin futuro, pueda dárselos.




Peyote Asesino